Guillermo Velásquez Forero |
Nació en San Vicente de Chucurí,
Santander, Colombia, en 1954. Licenciado en Lingüística y Literatura de la
universidad de la Sabana, de Bogotá; y especialista en Literatura y Semiótica
de la universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, de Tunja. Poeta,
narrador de minificciones o microrrelatos, cuentista, escritor de literatura
para niños, ensayista y articulista. Fue niño solitario y trabajador en el
campo y en el pueblo, donde ejerció numerosos oficios. Su bibliofilia lo indujo
a ser librero y vendedor ambulante de libros. Ha ejercido el periodismo
editorial y el comentario apreciativo de arte. Se ha desempeñado como redactor,
corrector de estilo, director editorial, director de revistas culturales,
gestor cultural, jurado de concursos literarios, conferencista,
catedrático universitario y, actualmente, es docente de humanidades y lengua
castellana en educación media. Es articulista de El Diario en su edición
impresa y en www.periodicoeldiario.com. Su obra literaria ha merecido veinte premios
y reconocimientos nacionales e internacionales. Ha sido valorado, por críticos,
investigadores y periodistas culturales, como uno de los escritores más
importantes y representativos de la minificción en Colombia y en Latinoamérica.
Su libro Luz de Fuga fue incluido entre las mejores obras de la literatura
colombiana del siglo XX.
Figura en las siguientes antologías: Segunda antología del cuento corto colombiano. Bogotá: UPN, 2007. Antología universal del relato breve (virtual) de Común Presencia. Antología universal del cuento atómico (de Humberto Senegal). Antología nacional La minificción en Colombia, en la revista impresa Común Presencia. La Minificción en Colombia. Bogotá: UPN, 2002. El Minicuento en Colombia, revista Nuestra América de Venezuela. El placer de la brevedad / seis escritores de minificción y un dinosaurio sentado. Tunja: UPTC, 2006. Nosotras, vosotras y ellas. Buenos Aires: Editorial Desde la Gente, 2006. Los comprimidos memorables del siglo XXI. Antología de minicuento (VI Congreso Internacional de Minificción) Bogotá: UN, UPN y otras, 2010.
Ha sido publicado en importantes revistas impresas internacionales como Quimera de Barcelona, España; Común Presencia y Puesto de Combate, de Bogotá; y Nuestra América de Caracas; y en muchos blogs y revistas virtuales. Ha publicado los libros de poesía: Itinerario del Exiliado, Militante sin Reino, El Gesto de la Huella, Solar del desterrado, Señales del camino (en proceso editorial en la UN de Bogotá); de minificciones: Luz de Fuga, Cacería de ángeles, Luna de espantos y La bestia divina; de cuentos breves: Los Evadidos.
Figura en las siguientes antologías: Segunda antología del cuento corto colombiano. Bogotá: UPN, 2007. Antología universal del relato breve (virtual) de Común Presencia. Antología universal del cuento atómico (de Humberto Senegal). Antología nacional La minificción en Colombia, en la revista impresa Común Presencia. La Minificción en Colombia. Bogotá: UPN, 2002. El Minicuento en Colombia, revista Nuestra América de Venezuela. El placer de la brevedad / seis escritores de minificción y un dinosaurio sentado. Tunja: UPTC, 2006. Nosotras, vosotras y ellas. Buenos Aires: Editorial Desde la Gente, 2006. Los comprimidos memorables del siglo XXI. Antología de minicuento (VI Congreso Internacional de Minificción) Bogotá: UN, UPN y otras, 2010.
Ha sido publicado en importantes revistas impresas internacionales como Quimera de Barcelona, España; Común Presencia y Puesto de Combate, de Bogotá; y Nuestra América de Caracas; y en muchos blogs y revistas virtuales. Ha publicado los libros de poesía: Itinerario del Exiliado, Militante sin Reino, El Gesto de la Huella, Solar del desterrado, Señales del camino (en proceso editorial en la UN de Bogotá); de minificciones: Luz de Fuga, Cacería de ángeles, Luna de espantos y La bestia divina; de cuentos breves: Los Evadidos.
AUTOBIOGRAFIA
Amigos y compañeros de viaje: Una
mujer me contó que vi la luz recién parida del mundo al amanecer, un día de
julio a mediados del siglo veinte, en un pueblo llamado San Vicente de Chucurí,
en Colombia. Este es un pequeño paraíso infernal, feraz y feroz, luminoso y
animado por una alegría salvaje, rebelde, tórrido y montañoso, acorralado por
quebradas y ríos torrentosos, generosos en peces y ahogados. Poco antes de
desplegar sus alas y alzar vuelo prematuro hacia la eternidad, ella me
reveló que yo había nacido condenado a perderme; quizás por eso la amé sin
culpa y con inocencia hasta cuando ya no pude soportarla, y entonces huí del
amor, conocí la orfandad y comencé mi aprendizaje de la vida. Otra mujer, en un
colegio privado, me enseñó a escribir, cogiéndome la mano con cariño y
contagiándome el amor por las palabras. Pero de la escuela pública tuve que
huir porque era un lugar inolvidable, combinación perfecta de cárcel, cuartel,
sala de torturas y convento. Los profesores parecían carceleros y verdugos, y
las profesoras eran unas viejas solteronas, devotas, marimachos y abominables
que enseñaban el odio y la violencia con una regla o garrote que azotaban en
las palmas de las manos y en las nalgas de los niños; también nos infligían
torturas físicas y agresiones psicológicas. Un profesor enano, que era más
chiquito por dentro que por fuera, me asestó una bofetada que me hizo orinar en
los pantalones, y después de un reglazo magistral que otro me concedió en mi
mano derecha, escupí sangre. Por desgracia, yo no era un demonio sino un
ángel tímido, lento, despistado y soñador. Y tuve que despertar en forma brusca
y precoz para empezar a ver la realidad. El primer desastre al que asistí fue
el del hogar, cuyo calor creció hasta hacerse intolerable y explotó, yo fui la
pavesa que voló más lejos, fui a caer al abandono, más allá de la soledad. Ya
libre de las cadenas del amor, vi que la vida vivía amenazada, y que el hombre
era un peligro, no menos que las fieras, las pestes y las sabandijas venenosas;
aunque lo más peligroso era vivir. Quizás lo primero que aprendí fue el miedo
y, a la vez, la temeridad, el heroísmo, que era imprescindible para sobrevivir.
Conocí el gesto pálido y apacible de la muerte, en los rostros de numerosos
occisos que caían en las calles y las cantinas como frutos del árbol de la
violencia nuestra de cada día. Con asombro y desconcierto contemplé todas
las formas de violencia que brotaban en forma espontánea del instinto de fieras
homicidas que nos habita, y de la locura furiosa del poder. Los hombres
portaban armas de fuego y cuchillos, y el plomo y las puñaladas eran gratuitas
y alcanzaban para todos. Además, nuestro pueblo fue desangrado por el
exterminio político entre liberales y conservadores en la época llamada La
Violencia, por las luchas guerrilleras de izquierda y por las bandas criminales
de ultraderecha. Pero además de violentos, machistas y sublevados, los
hombres eran alegres, sinceros, valientes, muy laboriosos, fiesteros,
solidarios y de un gran sentido del humor. En ese paraíso hostil viví una
infancia desgraciada, sin amor, sin hogar, sacrificado por el trabajo, la
miseria y la soledad; pero por épocas, cuando discurrió en los ríos, quebradas
y montañas, fue feliz, montaraz, vagabunda y aventurera, rica en aprendizajes,
experiencias peligrosas, emociones intensas y recuerdos tan duros de roer que
ni el olvido ha podido con ellos. Cuando quedé bien instalado en la
orfandad, intenté ser niño de la calle, pero fracasé, no serví para gamín
porque tenía vocación de esclavo. Fui niño solitario y trabajador, en numerosos
oficios en el pueblo, y en el campo como obrerito y secretario de las
sirvientas. Los campesinos me enseñaron la fascinación y el horror de la
imaginación popular, despertaron mi vocación por la belleza de la mentira
poética y me volvieron adicto a la fantasía, cuando a la hora del crepúsculo
compartían el guarapo y la magia de la palabra oral, y me contaban muchos
cuentos fantásticos, maravillosos, picarescos, eróticos y moralizantes, sobre
seres imaginarios, espíritus, espantos, lugares encantados y fuerzas
misteriosas. Cuando murió mi madre, víctima del desamor, yo renací porque mi
padre me rescató de la perdición en que andaba; él fue mi héroe, y me regaló mi
primer libro, que tuvo que traer de la ciudad capital porque en el pueblo no
había librería ni biblioteca. Y volví al terror de las aulas. En primer año de
bachillerato, mi profesor de español descubrió que yo tenía genialidad para la creación
literaria, y que estaba condenado a ser escritor; y armó un escándalo. Pero yo
no sabía qué lucha me esperaba, y él no corrió el riesgo de orientarme en la
invención de mi destino. Volví a darme a la fuga, y huí de la casa paterna, del
colegio y del pueblo para no volver nunca más a vivir allá. En Bucaramanga
trabajé, y estudié en la sección nocturna en un colegio privado y me gradué de
bachiller en matemáticas. Luego huí de una mujer y de una hija que había
inventado, y empecé a criar la ilusión de graduarme en una universidad: huí de
varias carreras y claustros, perdí tiempo y vida, y al fin, llorando de
alegría, me gradué en lingüística y literatura en una universidad privada en
Bogotá, y después en una especialización en literatura y semiótica, en
Tunja. Aunque siempre he vivido perseguido y acorralado por la necesidad
de subsistir, por la pobreza, la falta de tiempo y la tristeza, le he robado
tiempo a la eternidad para parir dos hijas, un hijo, veinte libros de poesía,
cuento, minificción o microrrelato, literatura para niños, y centenares de
artículos. Actualmente pretendo enseñarles a pensar, leer y escribir a mis
estudiantes. Sé que estoy vivo de milagro y no sé cómo he podido llegar hasta
este renglón donde voy; lo mejor de mi vida me ha ocurrido en forma milagrosa,
ayudado e iluminado por ángeles y espíritus encarnados en mujeres; a mi padre y
a ellas les debo todo lo valioso y memorable que pueda haber en la aventura de
mi existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario