Publicación en revista Quimera
(Nº 267) de Barcelona, España
Publicación en revista Quimera
(Nº 267) de Barcelona, España
Luz
de fuga
A Víctor Pérez,
pintor del cielo y del infierno.
Un pintor llegó a un pueblo con la intención de pintar la
amenaza de derrumbe de una gigantesca montaña sobre la población que, seducida
por la fascinación del desastre, se negaba a ser evacuada, alegando su derecho
fundamental a participar en el Apocalipsis.
Pero tras varios días de ardua creación, no lograba
terminar su obra; le hacía falta una luz. Los que alcanzaron a contemplarla
dijeron que era un retrato hablado del horror que infundía la promesa de la
catástrofe.
Y creyendo haber hallado esa luz en el ojo de un tuerto
nativo, invitó a éste a tomar cerveza en una cantina de la estación del tren
sin destino, cerca de un semáforo siempre en rojo; y, entre la densa humareda,
la desolación del tiempo, el alcohol alegre y traicionero y la música para
enardecer a suicidas y asesinos, malgastó las palabras y empeñó los pinceles en
procura de negociarle el ojo.
Sin que nadie se hubiera percatado de su infatigable y
soterrado trabajo, el tren había agotado la noche, rondando el infinito, sin
llegar a ninguna parte, como si diera vueltas en el patio del infierno.
Cuando salimos borrachos a tomarnos la madrugada, bajo el
firmamento encapuchado y la luna de espantos emboscada entre nubes de ceniza,
apenas alcanzamos a dar unos pasos y nos cayó el apagón con el escándalo de las
sirenas. Al tuerto se le iluminó el ojo, y el pintor lo agarró de la nuca y
utilizándolo de linterna emprendió la fuga, alumbrando el camino de su
perdición por entre el gentío, que gritaba enloquecido por el frenesí del
terror, en medio de la furia del caos, las tinieblas heridas por señales
fosforescentes, los horribles berridos del idiota del
pueblo, el rugido atronador
de la montaña
que desde sus inhóspitas alturas se nos venía encima con toda la sevicia
de Dios, y el pito desesperado del tren que, aullando sobre el agitado tumulto
de aspirantes a difuntos, desgarraba el cielo y proclamaba el fin de los
tiempos.
En esa batidora en que caímos todos, la voraginosa
confusión entre muertos, desaparecidos, enterrados vivos, espantos y prófugos
sin identidad fue tan perfecta e inmemorial que ya no recuerdo si esa noche
sobrevivimos.
Mercado
libre
Privándose de vivir,
envileciendo su dignidad hasta la sordidez, prostituyendo a su virgen santísima
y atesorando enfermedades y miserias, un hombre trabajó todos los días de su
vida útil, hasta su fecha de vencimiento, y ahorró con el fin de comprar a
cuotas, en el mercado de esclavos, un amo.
Misión
del elegido
Ellos respondieron: –
¡A Barrabás!
Mateo 27, 22
Despertó temprano y recordó que era domingo, día de
suicidas. Aspiró un aire viciado, y al bostezar apestó la mañana con el aliento podrido de la noche.
Ante el espejo, se desconoció un poco, se sintió
traicionado por la luz, notó algo fantasmal en sus ojos miopes, en su rostro,
contumaz, y todavía ahogado en las aguas muertas del sueño, halló un gesto de
animal sonámbulo; y, al afeitarse, un
rocío de sangre le brilló en la cara.
Echó la cédula al bolsillo, abandonó la casa, se dejó
manosear y esculcar, hizo las colas, recibió los instrumentos, pasó del
cubículo a la urna y, libre y democráticamente, eligió al verdugo de sí mismo y
de su pueblo.
El
pellejo de la salvación
La mejor solución
para salvar el pellejo.
Fernando Savater
–¡Entréguese! –le gritaron
los asesinos. El hombre estaba acorralado, casi perdido; sólo le quedaba una
posibilidad de salvar el pellejo. Entonces se desolló, lo dejó tirado ahí y
huyó. Y el pellejo se salvó; desde ese día, relleno de ruido y de humo, camina
tranquilo por las calles.
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