viernes, 21 de junio de 2013

Los mercenarios son títeres y espantos

El púlpito del Diablo


Por Guillermo Velásquez Forero

La “triste situación” por la que atraviesa el asesino de Bin Laden es ejemplar y reveladora del carácter que tiene todo mercenario de ser una cosa instrumental o, más concretamente, un animal vil y despreciable que se usa y luego se echa a la basura; y que por esa razón alcanza la alta dignidad y el mismo destino del papel higiénico.
En el caso del matón gringo, sólo le sucedió que se quedó sin su oficio de matarife, sin servicio médico y sin pensión; pobrecito el héroe, no le duró nada su gloria de asesino a sueldo. Eso, y algo mucho peor, es lo que le espera a casi todo idiota perverso y útil puesto al servicio de las organizaciones criminales estatales o privadas.
Pero no se trata de juzgar a ninguna marioneta funesta ni de creer en la supuesta justicia divina, que según las creencias mítico-religiosas es infalible e inevitable, aunque se demore o recaiga sobre algún descendiente del condenado. Se trata de ver la condición humana, el sinsentido de la vida y lo absurdo de los fines de la existencia del hombre cuando se pervierte y por conseguir el miserable plato de lentejas que menciona la Biblia, se corrompe y envilece, prostituye su espíritu, se vende como un perro al poder y pone su vida vacía al servicio de la muerte y la destrucción. Porque no puede haber oficio más indigno, abyecto y enajenante en este mundo que el de verdugo; por eso actúan encapuchados; y pueden terminar como sicópatas. 
Las evidencias, de que las acciones del mal se devuelven contra el que las ejecuta,  son excesivas en la vida diaria, en la Historia y en el arte: El escritor Jairo Aníbal Niño, que traicionó su escritura rebelde y combatiente para dedicarse al negocio de vender palabras ingenuas, dulces y rosadas para entretener a los niños, creó un texto dramático titulado El monte Calvo, que ha sido puesto en escena centenares de veces con rotundo éxito en todo el mundo, en el que muestra la situación del veterano de guerra: mutilado en cuerpo y alma, delirante, zarrapastroso, mendigo, digno de risa y de lástima. Los narcotraficantes inventaron la palabra desechable para referirse a los sicarios que utilizaban para cometer sus crímenes, y que luego los mandaban matar para desaparecer pruebas y testigos. Hace poco la televisión colombiana mostraba la triste situación de un excombatiente de una organización armada al margen de la Ley, que se había acogido al programa de desarme y reinserción social, y que convivía  como un refugiado, compartiendo la pobreza y la marginalidad con un grupo de campesinos desterrados que habían sido sus víctimas, cuando él fue uno de los “actores” del conflicto. Los mercenarios, sicarios y verdugos también son víctimas.

Si el ser humano no fuera una fiera doméstica tan dócil y manipulable, un monigote tan ridículo y peligroso, un fantoche tan violento y obediente, un perro tan fiel a las cadenas, quizás las espantosas devastaciones de pueblos y culturas, las infinitas matanzas y las monstruosas calamidades que han cometido y seguirán cometiendo los imperios y los genios del crimen, no los hubieran podido perpetrar. Porque los que concretan y realizan los designios del mal no son los grandes monstruos sino unos títeres chiquitos, insignificantes, ruines y a veces invisibles como los espantos. Sígueme en www.guillermovelasquez.com  www.facebook.com/guillevel54

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