El púlpito del Diablo
Por Guillermo Velásquez Forero
La “triste situación”
por la que atraviesa el asesino de Bin Laden es ejemplar y reveladora del
carácter que tiene todo mercenario de ser una cosa instrumental
o, más concretamente, un animal vil y despreciable que se usa y luego se echa a
la basura; y que por esa razón alcanza la alta dignidad y el mismo destino del
papel higiénico.
En el caso del matón
gringo, sólo le sucedió que se quedó sin su oficio de matarife, sin servicio
médico y sin pensión; pobrecito el héroe, no le duró nada su gloria de asesino
a sueldo. Eso, y algo mucho peor, es lo que le espera a casi todo idiota
perverso y útil puesto al servicio de las organizaciones criminales estatales o
privadas.
Pero no se trata de
juzgar a ninguna marioneta funesta ni de creer en la supuesta justicia divina,
que según las creencias mítico-religiosas es infalible e inevitable, aunque se
demore o recaiga sobre algún descendiente del condenado. Se trata de ver la
condición humana, el sinsentido de la vida y lo absurdo de los fines de la
existencia del hombre cuando se pervierte y por conseguir el miserable plato de
lentejas que menciona la Biblia, se corrompe y envilece, prostituye su espíritu,
se vende como un perro al poder y pone su vida vacía al servicio de la muerte y
la destrucción. Porque no puede haber oficio más indigno, abyecto y enajenante
en este mundo que el de verdugo; por eso actúan encapuchados; y pueden terminar
como sicópatas.
Las evidencias, de
que las acciones del mal se devuelven contra el que las ejecuta, son excesivas en la vida diaria, en la
Historia y en el arte: El escritor Jairo Aníbal Niño, que traicionó su
escritura rebelde y combatiente para dedicarse al negocio de vender palabras
ingenuas, dulces y rosadas para entretener a los niños, creó un texto dramático
titulado El monte Calvo, que ha sido
puesto en escena centenares de veces con rotundo éxito en todo el mundo, en el
que muestra la situación del veterano de guerra: mutilado en cuerpo y alma,
delirante, zarrapastroso, mendigo, digno de risa y de lástima. Los
narcotraficantes inventaron la palabra desechable para referirse a los sicarios
que utilizaban para cometer sus crímenes, y que luego los mandaban matar para
desaparecer pruebas y testigos. Hace poco la televisión colombiana mostraba la
triste situación de un excombatiente de una organización armada al margen de la
Ley, que se había acogido al programa de desarme y reinserción social, y que
convivía como un refugiado, compartiendo
la pobreza y la marginalidad con un grupo de campesinos desterrados que habían
sido sus víctimas, cuando él fue uno de los “actores” del conflicto. Los
mercenarios, sicarios y verdugos también son víctimas.
Si el ser humano no fuera una
fiera doméstica tan dócil y manipulable, un monigote tan ridículo y peligroso,
un fantoche tan violento y obediente, un perro tan fiel a las cadenas, quizás las
espantosas devastaciones de pueblos y culturas, las infinitas matanzas y las
monstruosas calamidades que han cometido y seguirán cometiendo los imperios y
los genios del crimen, no los hubieran podido perpetrar. Porque los que
concretan y realizan los designios del mal no son los grandes monstruos sino
unos títeres chiquitos, insignificantes, ruines y a veces invisibles como los
espantos. Sígueme en www.guillermovelasquez.com
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