miércoles, 5 de junio de 2013

Los monstruos de la guerra

El púlpito del Diablo

Por Guillermo Velásquez Forero

Las atroces y espantosas carnicerías y escenas de crímenes de guerra, casi siempre cobardes y a mansalva, que están en auge en Siria, y en tantos otros lugares del mundo, y que cada día los comerciantes del horror intentan mostrar y vender a través de sus diversos medios, no son raras ni nuevas. La barbarie es histórica. Siempre se han tenido noticias de métodos terribles, crueles  y horrendos de asesinato, de formas demenciales y despiadadas de tortura, destrucción y exterminio del ser humano a manos de verdaderos monstruos expertos en el oficio de dar muerte a sus semejantes.
Hay gente necia y miope que reacciona individualizando y señalando a los victimarios como los genios inventores del crimen, y creen que se trata de hechos “aislados”, de seres depravados, sicópatas y almas podridas poseídas por la locura sangrienta. Le echan la culpa al fanatismo, la paranoia y la demencia de tal o cual doctrina, partido, religión, secta u horda. Ignoran u omiten que se trata de la ferocidad salvaje innata del hombre en su estado de pureza, en su perversidad angelical, como lo soñó Rousseau. Schopenhauer nos recuerda que el hombre en el fondo es una fiera salvaje que vive domesticada y enjaulada. Y se ha sabido que siente placer al hacerle el mal al otro.    
La guerra es la mayor miseria, infamia universal y vergüenza infinita de la bestia humana envilecida y enloquecida por las ansias de poder y riquezas que despiertan y disparan el instinto de destrucción y muerte, cuando las circunstancias de anarquía, guerra o rebelión le permiten desencadenar su poder infernal. La Historia demuestra con exceso de evidencias que el infierno es este mundo, y que el Demonio es el hombre. La guerra es una fiesta de monstruos carniceros, una bacanal de caníbales, una borrachera de vampiros que dan rienda suelta a su pasión de beber sangre humana. Y la fiera homo sapiens siempre ha encontrado pretextos para ejercer el instinto homicida que lleva oculto debajo de sus alas de ángel diabólico.
Esos actos de barbarie son connaturales a la bestia dantesca que subyace bajo las apariencias del hombre civilizado. Y confirman que, cada vez que se ve libre de las cadenas, muros de contención y jaulas que le imponen la cultura y la civilización, el hombre revela que es, y que nunca dejará de ser, un monstruo depredador y asesino. El Génesis, y otros mitos antropogónicos, muestran que desde sus orígenes el hombre  es una bestia perversa, apta para perpetrar las más salvajes monstruosidades, sobre todo, contra su misma especie; es fratricida. Incluso, es capaz de asesinar al ser amado. Cuando apareció sobre el paraíso terrenal, ya tenía ese talento para el crimen, como si fuera un don divino. Y no ha cambiado, y no puede cambiar, porque es incorregible e irredimible. La educación, las leyes, la ética, la religión, las artes y la filosofía han fracasado: no han podido transformar la naturaleza bestial del hombre.


Es cierto que los asesinos en acto son unos pocos, pero son los opulentos, los dueños del poder y las armas, los que gobiernan; y la mayoría no hacemos nada por rebatirlos para protegernos y preservar a la Humanidad de las hecatombes, por impedir que los monstruos nos utilicen para sus fines criminales, ya como victimarios, ya como víctimas. Sígueme en www.guillermovelasquez.com  www.facebook.com/guillevel54

No hay comentarios:

Publicar un comentario