miércoles, 25 de septiembre de 2013

El cacerolazo de Tunja

El púlpito del Diablo

Por Guillermo Velásquez Forero

El paro agrario emprendido por los campesinos colombianos ha sido un movimiento social y político de dimensión telúrica, que  tuvo su epicentro en Boyacá y alcanzó su mayor esplendor en Tunja, la cual creció tánto que se puso de ruana el cielo y se puso la luna de sombrero. La ciudad se alzó en almas indignadas, se iluminó de conciencia social, y se armó de valor civil,  de coraje, de furioso amor por los humildes y olvidados, de voces y presencias beligerantes, y marchó por sus históricas calles y asfixió la plaza de Bolívar en manifestaciones multitudinarias sin precedentes que le prendieron fuego a los ánimos de todo el mundo, en la noche inolvidable del domingo veinticinco y el lunes veintiséis de agosto.
No fue un hecho histórico sino un portento milagroso: una bomba de tiempo explotó en el corazón de los tunjanos, y la sociedad pasó de un solo golpe de la sumisión silenciosa a la escandalosa sublevación. Miles de familias, unidas por la ira, tomaron como armas los tiestos de la cocina y se lanzaron al peligro de las calles a combatir el arrogante silencio del poder con el fragor incendiario que brotaba no de las latas sino de las almas enardecidas por la injusticia social, el despojo y el abandono del hombre del campo.
Lo más asombroso y conmovedor fue la emotiva y entusiasta participación de los jóvenes y de muchos niños, que sacaron a relucir los vestigios de su estirpe libertaria, se unieron a la muchedumbre y avanzaron sin miedo cantando himnos de combate, incendiando el viento de la maldición con el fuego de las consignas, los gritos apasionados y la polifonía estruendosa de las ollas y las tapas, que en oleajes tumultuosos expresaban la alegría del odio, la indignación enamorada de la vida y la furia de la esperanza colectiva, en una verdadera fiesta de la rebeldía que reveló al mundo la unidad fraternal, la unánime y valerosa decisión de lucha y la grandeza de espíritu del pueblo boyacense.
Este intrépido alzamiento de Tunja, que despertó todo tipo de sentimientos y pasiones, y desencadenó otros cacerolazos, marchas y disturbios, fue una demostración de amor bélico por los ancestros campesinos que todos llevamos en la sangre, un acto de legítima defensa de los héroes de la tierra. Y así mismo, sentó un precedente del poder político del pueblo, de su capacidad de unión y de lucha contra un peligroso enemigo.

El insospechado cacerolazo de Tunja le dio certero en la cabeza al presidente Santos, y lo dejó aturdido, tartamudo, tratando de balbucir incoherencias y de decir: esta papa caliente que tengo entre las manos no es mía. Ahora, los dueños del poder ya saben que Boyacá existe, que su conciencia no ha sido alienada, que su espíritu guerrero está intacto y que está dispuesta a luchar por una transformación social y política que nos permita sembrar, cultivar y cosechar los sueños de la vida, porque todos tenemos derecho a ser felices. Sígame en www.guillermovelasquez.comwww.facebook.com/guillevel54 

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