El
púlpito del Diablo
Por
Guillermo Velásquez Forero
El paro agrario emprendido por los campesinos
colombianos ha sido un movimiento social y político de dimensión telúrica, que tuvo su epicentro en Boyacá y alcanzó su mayor
esplendor en Tunja, la cual creció tánto que se puso de ruana el cielo y se
puso la luna de sombrero. La ciudad se alzó en almas indignadas, se iluminó de
conciencia social, y se armó de valor civil, de coraje, de furioso amor por los humildes y
olvidados, de voces y presencias beligerantes, y marchó por sus históricas
calles y asfixió la plaza de Bolívar en manifestaciones multitudinarias sin
precedentes que le prendieron fuego a los ánimos de todo el mundo, en la noche
inolvidable del domingo veinticinco y el lunes veintiséis de agosto.
No fue un hecho histórico sino un portento
milagroso: una bomba de tiempo explotó en el corazón de los tunjanos, y la
sociedad pasó de un solo golpe de la sumisión silenciosa a la escandalosa
sublevación. Miles de familias, unidas por la ira, tomaron como armas los
tiestos de la cocina y se lanzaron al peligro de las calles a combatir el arrogante
silencio del poder con el fragor incendiario que brotaba no de las latas sino
de las almas enardecidas por la injusticia social, el despojo y el abandono del
hombre del campo.
Lo más asombroso y conmovedor fue la emotiva
y entusiasta participación de los jóvenes y de muchos niños, que sacaron a
relucir los vestigios de su estirpe libertaria, se unieron a la muchedumbre y
avanzaron sin miedo cantando himnos de combate, incendiando el viento de la
maldición con el fuego de las consignas, los gritos apasionados y la polifonía
estruendosa de las ollas y las tapas, que en oleajes tumultuosos expresaban la
alegría del odio, la indignación enamorada de la vida y la furia de la
esperanza colectiva, en una verdadera fiesta de la rebeldía que reveló al mundo
la unidad fraternal, la unánime y valerosa decisión de lucha y la grandeza de
espíritu del pueblo boyacense.
Este intrépido alzamiento de Tunja, que
despertó todo tipo de sentimientos y pasiones, y desencadenó otros cacerolazos,
marchas y disturbios, fue una demostración de amor bélico por los ancestros
campesinos que todos llevamos en la sangre, un acto de legítima defensa de los
héroes de la tierra. Y así mismo, sentó un precedente del poder político del
pueblo, de su capacidad de unión y de lucha contra un peligroso enemigo.
El insospechado cacerolazo de Tunja le dio
certero en la cabeza al presidente Santos, y lo dejó aturdido, tartamudo,
tratando de balbucir incoherencias y de decir: esta papa caliente que tengo
entre las manos no es mía. Ahora, los dueños del poder ya saben que Boyacá
existe, que su conciencia no ha sido alienada, que su espíritu guerrero está
intacto y que está dispuesta a luchar por una transformación social y política
que nos permita sembrar, cultivar y cosechar los sueños de la vida, porque
todos tenemos derecho a ser felices. Sígame en www.guillermovelasquez.com / www.facebook.com/guillevel54
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