El púlpito del Diablo
Por Guillermo
Velásquez Forero
Uribe es un político,
y todo político es o está en proceso de convertirse en un peligro social, en un
enemigo público de todo un pueblo o al menos de la mayoría y, en ciertos casos,
hasta en un genocida, capaz de conducir a una nación al abismo y al desastre.
Un político es una amenaza para la justicia, la paz y la ética porque está
formado en la escuela de la inmoralidad, la razón de Estado y la iniquidad, de
Maquiavelo; porque es víctima de una ideología, y este vicio le produce una
aberración mental llamada fanatismo, y un fanático es un paranoico, y un
paranoico está a un paso de ser un criminal; porque su pasión es el poder, y
éste corrompe, envilece y enloquece infundiendo delirio de grandeza y
desencadenando el espíritu de la perversidad y la capacidad de hacer el mal; y
además, porque el negocio sucio y marrullero de la política, que él ejerce, es
la continuación de la guerra por otros medios.
El político, por lo
general, es un paranoico, y la paranoia es un trastorno mental fijado en una
idea u orden de ideas, caracterizado por delirios egocéntricos, propio de
individuos enfermos de narcisismo y egolatría. La incapacidad de pensar del paranoico le impide
aceptar razones, argumentos y evidencias de los demás, a quienes excluye y
trata como enemigos; con una terquedad de asno salvaje se niega a aceptar la
realidad; sólo acepta sus prejuicios, creencias y delirios. Todo lo
malinterpreta con mañosa astucia para confirmar e imponer su “idea” como la
única, verdadera y absoluta que existe sobre la tierra. Los paranoicos son
incapaces de tolerar y superar ninguna frustración, pues enseguida reaccionan
apelando a diversos mecanismos irracionales, arbitrarios y violentos. Un
político es un asesino en potencia, porque según Fernando Savater, el derecho a
la vida no es un principio político sino religioso.
Un político es un
mentiroso profesional, un falso promesero, que tiene que recurrir al embuste
para engañar a las masas y conseguir que lo elijan, porque los cambios y
reformas que promete nunca se realizan, por falta de voluntad o porque la
Constitución, el modelo económico y los intereses de los capitalistas no lo
permiten. Y es un ladrón del tesoro
público porque lo que busca no es el bien común para favorecer al pueblo, sino
enriquecerse, ayudar a sus queridas, cómplices y amigotes; recuperar el capital
invertido en la campaña y pagar deudas personales a sus acreedores.
Un político es un
enemigo de la equidad, el respeto, la tolerancia y la convivencia pacífica,
porque ejerce con fruición el afán de primar para dominar y pisotear a los
demás. Bertrand Russell, en su discurso de recepción del premio Nobel, afirma
que el político siente placer en hacer el mal a sus semejantes, en negar lo que
se le solicita, en frustrar las aspiraciones de un pueblo.
Quizás algún día,
cuando el hombre deje de ser el “animal político” que siempre ha sido, la
política dejará de ser ese oficio indigno, infame y antisocial que conocemos, y
que tantas calamidades, tragedias y
sufrimientos le ha causado a la Humanidad. La política debe dejar de ser un
oficio de charlatanes, embaucadores, corruptos,
buscadores de dinero y homicidas, y transformarse en una ciencia y en un arte
que sólo busque la paz, la justicia social, la convivencia y la felicidad de
los pueblos.
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