El púlpito del Diablo
Por Guillermo Velásquez Forero
El procurador Ordóñez, ese
espantajo siniestro e indeseable, aliado de la peor ralea de hampones ilustres,
eminentes corruptos y cerebros de la criminalidad política, es en su miseria
particular, una escoria sobreviviente del nazismo; pero como títere del poder, es
un representante de los sectores más peligrosos y poderosos de la ultraderecha
antidemocrática, camandulera, depredadora, guerrerista y genocida de la
politiquería feroz colombiana; y fue encaramado en ese cargo por el fascismo,
con el propósito preconcebido y deliberado de continuar la infatigable labor de
persecución y exterminio de la izquierda de nuestro desangrado país.
Tiene perfil de
fundamentalista cristiano, de inquisidor endemoniado, de pirómano apasionado
por la quema de libros y de personas, de retrógrado, autoritario, arbitrario y
verdugo despiadado al servicio del totalitarismo, como lo evidencian todas las
informaciones que se han revelado y publicado acerca de su trayectoria como
activista facineroso en la academia, la cultura, la política y el poder
violento en Colombia. Esos rasgos lo identifican como un enemigo público de
alta peligrosidad de la democracia, los Derechos Humanos, la libertad de pensamiento,
el pensamiento crítico, la tolerancia, la cultura, la paz y la convivencia.
Este grotesco personaje de
la farsa política montada por la ultraderecha que ha convertido la democracia
en una dictadura militarista encubierta, se retrasó hasta en el tiempo, se le
hizo tarde para nacer, porque su alma aficionada a las tinieblas, su mentalidad
cavernaria y su vocación teocrática pertenecen a la Edad Media. Y también se
equivocó de profesión, no debió estudiar Derecho sino teología, y por ese
camino hubiera llegado muy lejos, y habría desplegado al máximo su talento para
condenar almas, pues, por su espíritu diabólico de inquisidor, llegaría a ser
no un apóstol del amor de Cristo y un artífice social del Evangelio, sino un
mercenario del Vaticano.
Es abrumadora la cantidad de
voces y evidencias que han surgido para demostrar que la destitución de Petro,
como alcalde de Bogotá, es una canallada de las peores que ha cometido este
sujeto. Es un atropello inaudito e inadmisible contra la democracia, una conspiración
y un crimen contra la izquierda colombiana.
La reacción valiente,
decidida e inmediata contra este abuso de autoridad es unánime y multitudinaria,
a nivel nacional e internacional: hasta el nuevo embajador de Estados Unidos se
pronunció en contra de este acto de barbarie política, el fiscal Eduardo
Montealegre calificó de antidemocrático e inconstitucional el fallo y de
anacrónico y medieval el sistema de investigación de la Procuraduría, la
exfiscal general de la nación Viviane Morales solicitó al Congreso que le exija
la renuncia a Ordóñez, la Fiscalía ordenó inspección a la Procuraduría por el
caso Petro, el Consejo de Estado cuestiona mediante sentencia las decisiones
del procurador y aclara que no son fallos judiciales, la ONU interviene en
defensa de los Derechos Humanos en el fallo contra Petro, y el pueblo
colombiano está indignado y se ha movilizado en masa para enfrentar a este
peligroso enemigo y defender la democracia, la justicia y la paz.
La solución a este grave
conflicto nacional es tan obvia que la sabe todo el mundo: hay que destituir al
procurador.
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