jueves, 12 de diciembre de 2013

Destituir al procurador

El púlpito del Diablo

Por Guillermo Velásquez Forero

El procurador Ordóñez, ese espantajo siniestro e indeseable, aliado de la peor ralea de hampones ilustres, eminentes corruptos y cerebros de la criminalidad política, es en su miseria particular, una escoria sobreviviente del nazismo; pero como títere del poder, es un representante de los sectores más peligrosos y poderosos de la ultraderecha antidemocrática, camandulera, depredadora, guerrerista y genocida de la politiquería feroz colombiana; y fue encaramado en ese cargo por el fascismo, con el propósito preconcebido y deliberado de continuar la infatigable labor de persecución y exterminio de la izquierda de nuestro desangrado país.
Tiene perfil de fundamentalista cristiano, de inquisidor endemoniado, de pirómano apasionado por la quema de libros y de personas, de retrógrado, autoritario, arbitrario y verdugo despiadado al servicio del totalitarismo, como lo evidencian todas las informaciones que se han revelado y publicado acerca de su trayectoria como activista facineroso en la academia, la cultura, la política y el poder violento en Colombia. Esos rasgos lo identifican como un enemigo público de alta peligrosidad de la democracia, los Derechos Humanos, la libertad de pensamiento, el pensamiento crítico, la tolerancia, la cultura, la paz y la convivencia.
Este grotesco personaje de la farsa política montada por la ultraderecha que ha convertido la democracia en una dictadura militarista encubierta, se retrasó hasta en el tiempo, se le hizo tarde para nacer, porque su alma aficionada a las tinieblas, su mentalidad cavernaria y su vocación teocrática pertenecen a la Edad Media. Y también se equivocó de profesión, no debió estudiar Derecho sino teología, y por ese camino hubiera llegado muy lejos, y habría desplegado al máximo su talento para condenar almas, pues, por su espíritu diabólico de inquisidor, llegaría a ser no un apóstol del amor de Cristo y un artífice social del Evangelio, sino un mercenario del Vaticano.
Es abrumadora la cantidad de voces y evidencias que han surgido para demostrar que la destitución de Petro, como alcalde de Bogotá, es una canallada de las peores que ha cometido este sujeto. Es un atropello inaudito e inadmisible contra la democracia, una conspiración y un crimen contra la izquierda colombiana.
La reacción valiente, decidida e inmediata contra este abuso de autoridad es unánime y multitudinaria, a nivel nacional e internacional: hasta el nuevo embajador de Estados Unidos se pronunció en contra de este acto de barbarie política, el fiscal Eduardo Montealegre calificó de antidemocrático e inconstitucional el fallo y de anacrónico y medieval el sistema de investigación de la Procuraduría, la exfiscal general de la nación Viviane Morales solicitó al Congreso que le exija la renuncia a Ordóñez, la Fiscalía ordenó inspección a la Procuraduría por el caso Petro, el Consejo de Estado cuestiona mediante sentencia las decisiones del procurador y aclara que no son fallos judiciales, la ONU interviene en defensa de los Derechos Humanos en el fallo contra Petro, y el pueblo colombiano está indignado y se ha movilizado en masa para enfrentar a este peligroso enemigo y defender la democracia, la justicia y la paz.
La solución a este grave conflicto nacional es tan obvia que la sabe todo el mundo: hay que destituir al procurador.

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