sábado, 24 de mayo de 2014

Enseñar paz a los violentos

El púlpito del Diablo

Por Guillermo Velásquez Forero

La cátedra de la paz, que en estos días anuncian en televisión, es una solución utópica al drama universal de la intolerancia, el odio, las agresiones, la criminalidad, la guerra y el exterminio, tan arraigados desde sus orígenes en la condición humana y en la vida social, que parecen ser una maldición heredada del paraíso. Pero si se empieza por enseñarles la paz a los dueños de la violencia, a los empresarios de la guerra, a los industriales del crimen, es posible que se inicie un arduo e interminable proceso de construcción de un nuevo modelo de convivencia donde se pueda vivir sin tener que matar y comer del muerto.
Enseñar a vivir en paz parece una misión imposible, si se echa un vistazo a la historia universal que nos enseña una cadena infinita de violaciones, despojos, destrucciones, crímenes, guerras y genocidios; y si tenemos en cuenta la naturaleza de la bestia humana que la ciencia y la filosofía han dejado al desnudo, y los monstruosos poderes e intereses insaciables que dominan y se apoderan del mundo a través de todas las formas de violencia.
El animal humano es temible por su egoísmo, el odio, la competencia, la rapiña, la capacidad de hacer el mal, perseguir y matar a sus semejantes. El hombre es una fiera depredadora, la más despiadada y diabólica, movida por su instinto feroz, que Freud llamó impulso de destrucción o pulsión de muerte. El hombre es un lobo para el hombre, dice Hobbes. Y Gobineau lo llamó “el animal perverso por excelencia”. Por su parte, Schopenhauer juzga que el hombre en el fondo es una fiera terrible y salvaje, que ha convertido este mundo en un campo de matanza. Este monstruo tiene vocación homicida y caníbal porque quedó mal hecho genéticamente, según afirma el científico Emilio Yunis. 
No obstante, la cultura y la civilización, a través de la educación, el arte, el pensamiento racional, el ordenamiento jurídico con sus constituciones y  leyes, la democracia, el Estado social de derecho, la Declaración Universal de Derechos Humanos,  y la religión (porque es innegable el valioso aporte ético del Cristianismo con sus mandamientos, su consigna de amar al prójimo y hasta su mandato imposible de amar al enemigo), se han propuesto siempre domesticar a la fiera humana y convertirla en un ser social capaz de convivir en paz con sus semejantes, a pesar de su naturaleza antisocial y violenta. Y no ha sido en vano esa lucha contra la bestia que llevamos agazapada y al asecho debajo de la piel.
Porque tenemos derecho a la utopía, a inventar la paz que nos permita gozar de una vida digna, trabajar por el bienestar y conquistar la felicidad. Por eso es urgente enseñarles la paz a las instituciones, grupos e individuos violentos, enseñarles el respeto a los derechos y a la vida, enseñarles a amar y cultivar la vida y a no retornar jamás a la horda y la barbarie.
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