El púlpito del Diablo
Por Guillermo Velásquez
Forero
La cátedra de la paz, que en
estos días anuncian en televisión, es una solución utópica al drama universal
de la intolerancia, el odio, las agresiones, la criminalidad, la guerra y el
exterminio, tan arraigados desde sus orígenes en la condición humana y en la
vida social, que parecen ser una maldición heredada del paraíso. Pero si se
empieza por enseñarles la paz a los dueños de la violencia, a los empresarios
de la guerra, a los industriales del crimen, es posible que se inicie un arduo
e interminable proceso de construcción de un nuevo modelo de convivencia donde
se pueda vivir sin tener que matar y comer del muerto.
Enseñar a vivir en paz
parece una misión imposible, si se echa un vistazo a la historia universal que
nos enseña una cadena infinita de violaciones, despojos, destrucciones,
crímenes, guerras y genocidios; y si tenemos en cuenta la naturaleza de la
bestia humana que la ciencia y la filosofía han dejado al desnudo, y los
monstruosos poderes e intereses insaciables que dominan y se apoderan del mundo
a través de todas las formas de violencia.
El animal humano es temible
por su egoísmo, el odio, la competencia, la rapiña, la capacidad de hacer el
mal, perseguir y matar a sus semejantes. El hombre es una fiera depredadora, la
más despiadada y diabólica, movida por su instinto feroz, que Freud llamó
impulso de destrucción o pulsión de muerte. El hombre es un lobo para el
hombre, dice Hobbes. Y Gobineau lo llamó “el animal perverso por excelencia”.
Por su parte, Schopenhauer juzga que el hombre en el fondo es una fiera
terrible y salvaje, que ha convertido este mundo en un campo de matanza. Este
monstruo tiene vocación homicida y caníbal porque quedó mal hecho
genéticamente, según afirma el científico Emilio Yunis.
No obstante, la cultura y la
civilización, a través de la educación, el arte, el pensamiento racional, el
ordenamiento jurídico con sus constituciones y
leyes, la democracia, el Estado social de derecho, la Declaración
Universal de Derechos Humanos, y la
religión (porque es innegable el valioso aporte ético del Cristianismo con sus
mandamientos, su consigna de amar al prójimo y hasta su mandato imposible de
amar al enemigo), se han propuesto siempre domesticar a la fiera humana y
convertirla en un ser social capaz de convivir en paz con sus semejantes, a
pesar de su naturaleza antisocial y violenta. Y no ha sido en vano esa lucha
contra la bestia que llevamos agazapada y al asecho debajo de la piel.
Porque tenemos derecho a la
utopía, a inventar la paz que nos permita gozar de una vida digna, trabajar por
el bienestar y conquistar la felicidad. Por eso es urgente enseñarles la paz a
las instituciones, grupos e individuos violentos, enseñarles el respeto a los
derechos y a la vida, enseñarles a amar y cultivar la vida y a no retornar
jamás a la horda y la barbarie.
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