El caballo de Hiroshima
Un caballo malherido llamaba a todas las puertas.
Federico García Lorca
Después de la explosión de la bomba atómica, un caballo desollado y ciego, vagando a tientas por entre los
escombros, llegó al infierno y con un casco tocó al portón. Por el
postigo apareció una de las tres cabezas de cancerbero y con voz ardiente y
cavernosa le dijo:
— Aquí no se permite la entrada a los
animales, este lugar está destinado exclusivamente a los hombres.
—
Precisamente —replicó el caballo—, vengo
en busca de un hombre.
—Y
¿quién es ese hombre? —preguntó Cancerbero.
—
Harry S. Truman.
—
Lo siento —concluyó el guardián
infernal—, pues ese hombre no se encuentra
aquí porque liquidó su sociedad con el demonio y montó infierno aparte.
La luz del huyente
A través de los escombros de la noche vimos
pasar a un hombre que
iba huyendo bajo la lluvia y llevaba la luz de una ventana al hombro, era lo único que le quedaba de su casa
pisoteada por los atletas de la muerte.
Los cerrojos de la aurora
Cuando por fin el General nos visitó, el alcalde
civil en un acto protocolario
le entregó las llaves de la ciudad. Desde entonces nadie ha podido salir
vivo de aquí.
Luz de ciegos
Los que habían convertido su brazo en antorcha y
portándolo en alto avanzaban rompiendo sombras eran los más vulnerables por ser claramente visibles y, además, porque
al iluminarnos el camino ellos
quedaban ciegos y expuestos a la acción de los vampiros. Por eso, fueron
los primeros en caer abatidos. Los demás desaparecimos en las tinieblas.
El pozo de las vírgenes
Una hermosa doncella maya fue escogida por los
sacerdotes de la tribu para desposarla en efímera orgía con una divinidad
protectora. Después de la ceremonia ritual de ofrenda propiciatoria, la joven,
que sería inmolada con su virginidad intacta, fue recluida en ayuno
afrodisíaco.
Llegado el momento de la consumación, la
víctima nupcial tuvo que saltar al abismo desde un trampolín
de piedra y mientras descendía con los ojos cerrados, envuelta en el esplendor
de su desnudez, alcanzó a contemplar en todo su hierático y majestuoso
erotismo, al dios vampiro de la fecundidad.
En el instante de estrellarse contra el fondo
del pozo y en medio de un extraño deslumbramiento, la
hembra elemental fue poseída brutalmente por
la deidad, que le iba chupando la sangre mientras la penetraba con su
falo de oro puro.
* Premio internacional de cuento breve Prensa Nueva.
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