jueves, 30 de abril de 2015

Perdimos la guerra

Por Guillermo Velásquez Forero

La reelección del presidente Santos ha sido un acontecimiento político sin precedentes en la historia de la democracia en Colombia. Un número muy alto y decisivo de sus electores no votó por él como candidato ni como persona, y mucho menos por un partido o una ideología, sino por una propuesta, la de culminar el proceso de negociación del conflicto armado y establecer la paz, para iniciar una nueva vida en la que reine el Estado Social de Derecho, en beneficio de todos, incluyendo a los devotos de la violencia y los millones de imbéciles que votaron a favor de la guerra.
Esa propuesta tuvo gran aceptación en amplios y diversos sectores sociales y logró lo imposible: poner de acuerdo y movilizar la voluntad política de un sector del partido conservador, el partido liberal, el partido verde, la izquierda, la extrema izquierda, intelectuales, artistas, periodistas, trabajadores independientes y muchas organizaciones, que en forma unánime, inteligente y responsable decidieron votar por la paz.
Esa extraña e increíble confabulación de fuerzas enemigas fue la que consiguió impedir que la ultraderecha, militarista, asesina, retrógrada e inquisidora, se tomara el poder para gobernar a sangre y fuego a favor de los ricos, y perpetuar el negocio maldito de la guerra contra los pobres. Este hecho histórico debería servir de modelo para promover la transformación de la conciencia del electorado y superar la ceguera, el sectarismo y el fanatismo embrutecedor que afecta a los votantes a la hora de elegir.
No hay que mencionar que la campaña que hizo el enemigo fue sucia e indigna, llena de mentiras, infamias, calumnias y persecuciones contra Santos y la construcción de la paz. Tampoco es necesario decir que los campesinos, acosados por sus mezquinos intereses personales, y actuando como traidores y suicidas, negociaron sus votos a cambio de unas falsas promesas de ayudas económicas, y apoyaron al temible candidato de la ultraderecha.
Lo cierto es que ganó la paz, y perdimos la guerra. Porque en una guerra todos pierden, pues hasta “el victorioso sufre irreparable pérdida” como lo sentencia el Mahabharata. Nadie ganó nada en ese oficio de verdugos y difuntos que parecía eterno. Todos perdimos. De nada sirvió derrochar cuantiosas riquezas y perder tantas y tan valiosas vidas humanas en una guerra interna que el gobierno derechista hubiera podido resolver oportunamente si su ideal fascista y su vocación de asesinos no les hubiesen impedido hacer las inversiones y reformas que el sector campesino y demás pobres necesitaban. Esas bestias carniceras establecieron que la guerra y la muerte de los líderes del pueblo eran la única solución de los grandes y arraigados problemas nacionales.
Ahora les toca al gobierno y a la sociedad, enfrentar los retos, exigencias y cambios estructurales y de convivencia del postconflicto. Cumplir el Estado Social de Derecho. Los guerreros deben cambiar de oficio e inventar una nueva vida. Hay que aprender a vivir en paz, desarmar las mentes, curar los corazones enfermos de odio y venganza,  invertir en la vida el presupuesto de la guerra, indemnizar a los sobrevivientes y perdonar pero no olvidar, porque los amnésicos están condenados a repetir su pesadilla.


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