El púlpito del Diablo
Por Guillermo Velásquez Forero
En el nefasto año de 1976, las fuerzas armadas argentinas
convirtieron el Estado en una monstruosa maquinaria criminal dedicada a
producir asaltos, secuestros, robos, desapariciones, torturas y asesinatos con
una eficacia macabra. Por su estructura gigantesca que abarcó a todo el país,
su inmenso poder de violencia y destrucción, y su demencia furiosa, dicha
organización criminal era arrolladora, implacable, despiadada; era invulnerable
e intocable: no había poder humano ni divino que pudiera enfrentar o contener
las acciones monstruosas de este aparato ideológico de la ultraderecha
consagrado al exterminio de la izquierda, el sindicalismo, los Derechos
Humanos, la justicia, las libertades de pensamiento y expresión, la democracia,
el arte y los artistas, la pastoral social de la Iglesia y cualquier otra
organización social o cultural que ayudara o protegiera a los pobres. Y tenía
muchos cómplices: la policía, el poder judicial, la prensa, la ultraderecha, el
capitalismo y el imperio norteamericano.
No hay que perder de vista, en ningún momento, quiénes
son los cerebros del crimen, los verdaderos asesinos, los autores intelectuales
y materiales de semejante matanza de inocentes. Los generales Videla, Viola y
Galtieri son apenas las cabezas visibles del monstruo. Toda la barbarie de
estos genocidas, su ferocidad, sus métodos y sus acciones perversas son
insólitos; y su irracionalidad, ceguera e imbecilidad son inauditas y casi
increíbles. Su empresa de exterminio fue generosa y se extendió a cualquier
sospechoso, a todo el mundo. Secuestraron, desaparecieron, violaron, torturaron
y asesinaron a familias completas, a
embarazadas a quienes les robaron los bebés, a adolescentes y niños. Masacraron
a obispos, sacerdotes, seminaristas, catequistas, monjas, abogados,
sindicalistas, periodistas, escritores, jóvenes que prestaban servicio militar,
defensores de derechos humanos, profesores, estudiantes, etc. Además de
asesinos eran ladrones: saqueaban las residencias de las víctimas y robaban
todo, incluso vehículos y bienes raíces. Y quedaron en completa impunidad,
quizás porque eran títeres de Estados Unidos y su Doctrina de Seguridad
Nacional. Y nadie pudo hacer nada por ninguna víctima, ni siquiera el
presidente de Francia que abogó por unas monjas francesas desaparecidas,
violadas, torturadas y asesinadas por los militares. Quienes se atrevan a conocer
en detalle los horrores de esta tragedia deben leer el libro Nunca Más que publica el Informe de la
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, dirigida por el escritor
Ernesto Sábato.
El Papa Francisco es cómplice, pero de los pobres y
miserables, de las víctimas no sólo de la dictadura argentina, sino de todas
las dictaduras y, sobre todo, del capitalismo salvaje. Pero él no puede hacer
nada para proteger y salvar a tantos millones de seres humanos condenados al
infierno de este mundo. Porque tendría que enfrentarse al imperio
norteamericano, al capitalismo y a la ultraderecha que son los dueños del mundo
y los autores de la pobreza, la miseria, la guerra, la injusticia social, los
crímenes y demás tragedias de este planeta. Del Vaticano sólo podemos esperar
plegarias, compasión y bendiciones. Mientras el enemigo esté en el poder, y no
seamos dignos de enfrentarlo, no habrá esperanza de redención del hombre sobre
la tierra. Sígueme en www.guillermovelasquez.com
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