El
púlpito del Diablo
Por
Guillermo Velásquez Forero
Las famosas esmeraldas colombianas son un modelo
abominable de esa riqueza violenta y maldita que cae sobre las comunidades como
una peste ruinosa y mortífera, gracias a la alianza vituperable de políticos,
gánsteres y capos de la Iglesia.
A lo largo de la historia de Boyacá y Colombia, las minas
de esmeraldas han sido una fuente de miseria y de innumerables crímenes que han
quedado en la más oscura y silenciosa impunidad. Han generado también una
“cultura” de la selva y una “ley” impuestas por las mafias y sus ejércitos
privados, que consisten en el imperio absoluto del delito y todas las formas de
humillación, degradación y abyección del ser humano –incluyendo la trata de personas–
bajo el poder dictatorial de un señor medieval, omnímodo, irracional,
caprichoso y asesino, dueño de la riqueza y la vida ajenas.
Esta calamidad nacional parece hacer parte del absurdo
metafísico de la vida humana, cuyas manifestaciones se padecen en todos los
lugares del mundo y en todos los tiempos, y cuyas explicaciones mágicas se
encuentran en la mitología. El mito de Fura y Tena, de la cultura precolombina
de los muzos, ofrece una versión del origen trágico y sangriento de estas
piedras: según este relato, las esmeraldas son el fruto del delito, la traición, el odio y la
venganza.
Pero la racionalidad nos permite comprender que el hampa
y el crimen tienen una lógica, que consiste en la lucha por apropiarse de las
riquezas, y las ansias por obtener el predominio social y el poder político,
por parte de los más astutos, despiadados y temibles criminales, en los que ha
encarnado el espíritu de la perversidad,
que Allan Poe denuncia en sus cuentos de terror.
Lo que nadie se atreve a preguntar es ¿por qué la riqueza
que se encuentra en el subsuelo nacional, y que pertenece a todos los
colombianos, va a parar a las manos de ciertos espantos que aparecen, se
apropian una inmensa fortuna y se convierten en dueños de la tierra, amos de
numerosos siervos y pájaros, y reos ausentes con miles de homicidios a cuestas
por los que nunca tienen que responder ante la Ley? Toda la riqueza nacional:
petróleo, esmeraldas, carbón, oro, platino, etc., debe destinarse a financiar
la guerra contra la pobreza y la miseria de la mayoría de la población, a dar
vida, luz y esperanza a los más necesitados, y no a enriquecer y endiosar
bandidos.
La muerte de Carranza debe marcar el fin de esa pesadilla
verde, deber servir de escarmiento histórico para que el Estado no vuelva a
utilizar la riqueza nacional para propiciar el imperio del mal y, por el
contrario, recobre la autoridad, el dominio y la explotación de las minas e
invierta esa riqueza en planes inmediatos de Desarrollo Humano de nuestro país.
No más zares ni patrones, nunca más guerra ni paz de esmeralderos, basta de asesinos
disfrazados de empresarios, líderes, benefactores y socios de los dueños del
infierno. Hemos sufrido tanto el terror de la riqueza y los ricos, que dan
ganas de proponer la pobreza como ideal de vida. Sígueme en www.guillermovelasquez.com
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