El púlpito del Diablo
Por Guillermo Velásquez Forero
Los campesinos colombianos
han sido las víctimas predilectas de la violencia de todos los gobiernos, de
todas las guerrillas, de todas las bandas criminales de ultraderecha, de los
carteles del narcotráfico, de los terratenientes y demás plagas letales de este
país. Han sido los más explotados, excluidos, utilizados
y engañados por los políticos para que voten por la derecha, ninguneados,
arruinados y masacrados. Por la humillación e infamia histórica que han sufrido,
tienen mil razones para sublevarse; y merecen el apoyo solidario y combativo de
todas las fuerzas democráticas que luchan por la justicia social, la paz, la
dignidad y la alegría de vivir para todos.
Desde los orígenes de esta
caricatura de Humanidad que somos, los gobernantes genocidas se han encarnizado
con saña contra los campesinos: los utilizaron como carne de cañón de la guerra
de Independencia en la que fueron obligados a pelear y morir por conquistar la
libertad y el poder para sus nuevos amos y señores, y luego los sobrevivientes
fueron abandonados en el olvido y la miseria eterna como le tocó a Pedro
Pascasio Martínez. Enseguida los usaron para inventar las matanzas de las guerras
civiles. Después, como idiotas útiles y perros de presa de los cerebros del
crimen organizado en los partidos políticos Conservador y Liberal, dueños del
poder y del país, que los mandaron a matarse entre sí en una guerra fratricida
y absurda que llamaron “La violencia” y que cosechó centenares de miles de
muertos. Todos los incontables miles de muertos de la Masacre de las Bananeras
eran campesinos, y también las víctimas de más de mil masacres perpetradas por
los paramilitares. Y perpetuando la devoción sangrienta del poder, los
disfrazaron a unos de soldados y a otros de guerrilleros y los condenaron al
exterminio mutuo en una guerra intestina que nos desangra, nos arruina y nos
mantiene en la flor de la barbarie desde hace más de cincuenta años, y cuya
lista de muertos es una ignominia.
En esta orgía de asesinos,
los campesinos, dedicados a sembrar la vida y a alimentar a la sociedad, han
puesto la más alta cifra de víctimas inocentes, han sido el blanco preferido de
todos los actores de la tragedia: guerrilleros, paramilitares, soldados y
policías se han puesto de acuerdo para disparar contra los héroes que trabajan la tierra con amor, y que son
civiles inermes e indefensos. Los más de dos millones de desterrados, que la
prensa llama desplazados, son campesinos. Y ahora, el Gobierno les dio la
esperanza de pasar de la miseria a la ruina, y de entrar en vías de extinción,
mediante el TLC que promete acabar con la economía nacional. En fin, ninguna
otra clase social ha sido tan ultrajada, marginada, asesinada y sometida a agonizar
en condiciones de pobreza, miseria y atraso integral.
Antes de que estalle una insurrección, el presidente,
sus ministros y asesores deben hallar soluciones reales, oportunas y efectivas
al grave conflicto agrario. Y si son capaces de negociar la guerra con el
poderoso ejército guerrillero, por qué no dialogan con los líderes campesinos
que están actuando es legítima defensa de la vida, y que no buscan el poder, la
riqueza ni la gloria sino el derecho a ser, trabajar y tener una vida digna.
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