El estudiante, acorralado por el fragor de las
botas que asaltaron la Ciudad
Universitaria para enseñarles a los jóvenes la ciencia del terror, en un
instante aprendió a encender la luz de fuga, recobró su remota herencia de
reptil alado, y ayudado por el ciempiés del miedo, escaló los muros del
edificio, alcanzó el tejado, corrió sobre la
cumbrera y quiso alzarse sobre el fuego. Pero fue derribado por un
balazo que le quebró un ala.
Años
después, en una mazmorra del régimen, todavía espera la oportunidad de ser
juzgado en Consejo Verbal de Guerra, por intento de vuelo.
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