Domesticados por la fe y llevados de cabestro por la esperanza, erraron durante cuarenta años agobiados por el
poder de la ilusión y condenados a
soportar la burla del cielo, buscando un paraíso en medio de las llamas. Y la sombra de sus pasos ardió en
la arena y fue polvo que el espíritu del viento borró de las páginas estériles
de los días y las noches.
El prometedor utilizó los espejismos, las
tempestades de arena que
sepultan el camino y enceguecen la luz del día, los vientos rojos de la
ira divina que castigan sin piedad a los inocentes y las fiebres delirantes de
la sed, para evitar que las víctimas de su promesa llegaran a descubrir que la
tierra prometida era el desierto.
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