La tierra estaba dormida. Los
del pelotón de fusilamiento fueron apareciendo en el
patio, ligeros e intermitentes; el reo, hecho de palidez y de temblor, surgió
con dificultad, pues tuvieron que traerlo a la fuerza y obligarlo a asumir su
destino. Pero al fin se resignaron a ser
visibles y palpables, sirviendo de precario estribo al jinete del
tiempo.
Aunque inconsistentes y fugaces, ahí
estuvieron y cumplieron: los que hicieron de verdugos,
maquinalmente levantaron sus armas y le
despacharon la muerte; y el que sirvió de víctima, la abrazó en
silencio.
Luego, todos se desvanecieron
entre las sombras, porque eran sólo una pesadilla de la tierra. Sin embargo, los
agujeros de los tiros quedaron grabados en la memoria del muro.
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