Y
sobrevino un gran terremoto.
Mateo 28, 2
A
un temblorcito humilde, montaraz y analfabeta lo matricularon en una escuela de
sismos, fundada por el Gobierno. Y con disciplina, sufrimientos y sacrificios
aprendió lo indispensable para llegar a ser alguien en la vida; gracias a la
pedagogía de la violencia, el temblorcito adquirió los hábitos del eco y del
espejo, la obediencia ciega y acrítica, la fidelidad perruna, la mansedumbre
asnal, la pobreza de espíritu, el silencio cómplice y el miedo de ser y de
expresarse.
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