martes, 17 de diciembre de 2013

Memoria de la noche del miedo

La mano negra de la noche cayó sobre el pueblo y nos cortó la luz. Y el aire sangró un silencio espeso donde quedó flotando el miedo. A esa hora ya la luna de espantos cruzaba por el cielo alumbrándoles el camino a los desterrados. Los asesinos se hicieron invisibles y ubicuos, y un imperceptible chillido de murciélagos inoculó el temblor de su sed en las palabras y en el fondo de las miradas. Y tuvimos que recoger el cuerpo temprano en la indefensa sombra de nuestras casas.

Ya dormido, oí disparos muy cerca de mi soledad, pero no supe discernir si sonaron en mis sueños o afuera. Luego sentí pasos y la fuga de las huellas en el andén, en la calle, en el fondo de la noche.

El día no amaneció. En la quebrada, a la orilla de la corriente inmóvil y rumorosa de la eternidad, sentado en una piedra, agachado y pensativo como si todavía estuviera rumiando el bagazo de la esperanza, apareció mi cadáver. Y un hermano mío llegó hasta el lugar de mi muerte, se echó mi despojo al hombro y se fue por las calles, como quien va con el pucho del mercado para la casa.

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