El púlpito del Diablo
Por Guillermo Velásquez Forero
El coctel de iglesia y
política es explosivo, y es un veneno letal para el cuerpo y para el alma. En
el círculo vicioso de la Historia universal este par de venenos siempre han
estado ligados en una alianza vituperable, maquinando un complot contra la
salud mental de la gente, contra la inteligencia y el espíritu científico,
contra la libertad de pensamiento, contra el poder iluminador de la duda y el
pensamiento crítico, contra la luz, la belleza y los encantos de la vida.
Los predicadores de las
doctrinas religiosas y los predicadores de la política –Nietzsche los llamó “Los
predicadores de la muerte”–, tanto los unos como los otros, son igualmente
peligrosos y dañinos, una grave amenaza contra la Humanidad porque son
marrulleros y embusteros, tienen una temible capacidad para urdir el mal bajo
la máscara del bien, y vender la mentira disfrazada de verdad, y sobresalen por
sus habilidades perversas para lavarles el cerebro a los pobres de espíritu,
enfermos de fe y condenados a la esperanza, y luego manipularlos, explotarlos y
utilizarlos como idiotas útiles de dios y del poder.
Las doctrinas y las
ideologías son un caldo de cultivo de fanáticos, monstruos y asesinos que
convierten una creencia personal en una verdad absoluta, sagrada y universal, y
con ella fundan partidos, iglesias e imperios y saben inventar odios, guerras y
exterminios.
Se acaba de desenmascarar un
grupo político-religioso colombiano llamado MIRA, que representa un ejemplo
perfecto de ese contubernio de iglesia y política, de ese doble negocio sucio
que utiliza la paranoia y la fascinación de las ideologías para montar un imperio
de charlatanes y culebreros, malabaristas de la lengua falaz, mercaderes de
conciencias, pícaros con suerte que logran enriquecerse y treparse al poder
para delirar, imponer su demencia y pisotear a los demás.
La papisa millonaria de la
iglesia de dios ministerial del mira, tiene razón al decir que un discapacitado
no tiene derecho a predicar, porque a la fija es un ser humano sensible,
honrado y decente, y es muy probable que sea inteligente, lógico-racional,
capaz de concebir la duda y ejercer el pensamiento. Siendo así, es un inepto
para subirse al púlpito a sacarse de la boca la víbora del discurso
esquizofrénico, a decir sandeces de sonámbulo, a desvariar, como sabe hacerlo a
la maravilla esta comerciante de la ignorancia, la credulidad y la cobardía de
la gente ante el azar violento y el sinsentido de la vida.
Esa es la miseria de la
democracia: que cualquier farsante, traficante de creencias, vendedor de
ilusiones mitológicas, embaucador y estafador puede montar iglesia, fundar
partido político y, con ayuda de los imbéciles, llegar al poder a ejercer la
corrupción, enriquecerse en forma ilícita y legislar en contra de la justicia,
los derechos humanos, la convivencia y la paz. Esta calamidad político-religiosa
es una tara hereditaria de la caverna que todavía nos habita, está legalizada y
bendecida en nuestra sociedad, y no parece tener fin ni remedio.
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