El púlpito del Diablo
Por Guillermo Velásquez Forero
El arte es una fuente de miseria, exclusión, desprecio y abandono para el artista; y no es considerado
un trabajo sino un vicio. Esta infame y abominable verdad prevalece desde la
antigüedad. Los creadores que no tenían el privilegio de ser sirvientas de los
poderosos o de conseguir un mecenas, estaban condenados a iluminarse de hambre,
agonizar en la mendicidad y morir de limosna.
La lista de víctimas de la
belleza es una ignominia interminable, una vergüenza universal y eterna de la
Humanidad. Los dioses, que representan a los monstruos dueños del poder, son
los primeros enemigos de los que llevan en el alma el estigma celeste de ser
artistas. La mitología griega cuenta que a Orfeo, que conmovía a las fieras y
las piedras con su poesía y su música, pero vivía infeliz y solitario, lo
mataron como a un perro y arrojaron su cabeza y su lira al río Hebro. Y Lineo
(que ayudó a Jasón a obtener el vellocino de oro), era un visionario (atributo
del artista), al que le sacaron los ojos, lo desterraron a una isla y lo
condenaron a morir de hambre, pues le enviaron varias arpías con la misión
divina de arrebatarle la comida y cagarse en su mesa cada vez que él
pretendiera alimentarse.
Dicen que Homero era un
mendigo. Y Juvenal en su Sátira VII, escrita hace dos mil años, denuncia que en
Roma los escritores eran indigentes y tenían que pagar el alquiler del auditorio
y la organización de los recitales para poder regalar su trabajo al público.
Aunque el Ministerio de
Cultura invente una lista de beneficios, privilegios y bellezas de que gozan
los artistas colombianos, la verdad es inculta, aguafiestas y antisocial. La profesionalización
del artista es una farsa porque esa tarjeta no tiene ninguna validez, no sirve
para nada: “Dicha tarjeta no opera en términos contractuales y su utilidad es
bastante limitada.” Así lo confirma la Unesco en su portal. Allí también dice
que:
“La Ley 397 de 1997, Ley
General de Cultura, previó condiciones especiales para el acceso de los
artistas a la Seguridad Social.” Pero dicho acceso está más restringido que el
del campesino a la Ley, en el cuento Ante la ley, de Kafka. Y continúa: “El
Ministerio de Cultura se encuentra trabajando en un proyecto relacionado con la
seguridad social del artista.” Y se espera que en el cuarto milenio, o cuando
la especie de los artistas ya se haya extinguido, se aprobará ese presunto proyecto.
También afirma que: “En materia de salud no existe un régimen especial de
protección de los artistas. En el momento sólo existen unos recursos que
provienen del pago de una estampilla ProCultura”. Y la pensión de jubilación es
mejor no mencionarla, porque no existe ni en sueños. Cada vez son más los
artistas que agonizan y mueren en condición de mendigos, porque la cuadrilla de
politiqueros miserables que legislan y gobiernan en contra del pueblo creen que
los artistas no son seres humanos sino cuerpos gloriosos.
El
artista no tiene derecho a ser ni a subsistir, no tiene ningún lugar en esta
sociedad mercantilista, rastrera, vulgar y mezquina, incapaz de conmoverse con
el arte ni ante el crimen. Sólo puede sobrevivir si deja de ser artista para
dedicarse a otros oficios con los cuales pueda ganarse la muerte nuestra de
cada día. Pero si su arte es la literatura, ese artista ya puede darse por
desaparecido, porque el escritor es un animal imaginario en vías de extinción.
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