El púlpito del diablo
Por Guillermo Velásquez Forero
La farsa carnavalesca
de la democracia representativa, una vez más, acaba de iniciar su desfile de
máscaras, histriones, bufones, clowns, titiriteros, ilusionistas, marionetas, perros
adiestrados, fieras y demás fauna del circo de la politiquería colombiana, que
salen a embaucar y alucinar a la gente, con el fin de hacer su negocio en el mercado de votos y
cometer el milagro de que los graves y arraigados problemas como la injusticia
social, la corrupción, la impunidad, la guerra, las bandas criminales, la pobreza,
la miseria y el atraso continúen intactos, como una maldición divina y eterna.
La campaña no es
política sino comercial, pues casi todos esos fracasados metidos de
aventureros, oportunistas, comerciantes y rebuscadores de votos sólo buscan
enriquecerse, y además figurar, imponerse y mandar. Están podridos de egoísmo,
desesperados por “el ansia de primar” como le llamó Cioran a ese instinto
feroz, espoleados por intereses e intenciones inconfesables y, muchos de ellos,
apoyados y financiados por oscuros capitalistas, traficantes y organizaciones
criminales de ultraderecha.
Como se trata de una
feria, de un espectáculo de culebrero, de una función de circo, los candidatos
no necesitan presentar ideas, estrategias, propuestas y programas realizables
de desarrollo humano, de lucha contra la pobreza y la miseria, de negociación política
de la guerra, de sanear y fortalecer la salud, la educación y el empleo; de
fomento y subsidio de la economía nacional; de extirpación de la corrupción; de
acabar con la criminalidad política y la impunidad de los asesinos; de búsqueda
justa, racional y efectiva de la paz, el bienestar y la felicidad no sólo de
los ricos y sus sicarios sino de todos los colombianos.
Les basta con llenar
el país de vallas, pendones, pasacalles, carteles y murales que sólo muestran
máscaras, sonrisas angelicales, gestos, ademanes, frases publicitarias y logos
de los partidos. Con esas imágenes falsas, esos rostros hipócritas, esas frases
mentirosas y ambiguas, y esos símbolos vacíos de sentido hacen su negocio. Con
esa fachada y esos adornos engañan a todo el mundo. Y la mayoría de los
electores terminan votando por una máscara, un fantasma, un nombre o un
apellido, detrás de los cuales casi siempre se oculta un promesero falso,
embustero, corrupto, ladrón, guerrerista, amigo de los asesinos o líder de
bandas criminales, que sólo busca el poder, la riqueza y la fama.
Ya iniciamos el
tercer siglo ejerciendo ese vicio suicida, ese oficio infernal de Sísifo, y
nada ha cambiado: son los mismos con las mismas. Lo único que cambian son las
manadas de lobos que se relevan en el poder. Una ilusa y utópica esperanza de
solución de esta maldición política sería no volver a elegir a la derecha
cavernícola, inhumana, violenta, apátrida y capitalista que siempre ha
tiranizado, robado y desangrado a nuestro país. No elegir más al verdugo. Y
atreverse a votar por la izquierda, a ver qué pasa.
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